Por Rafael Paulo Franco A.
Estados Unidos. 1965. Era la mujer más deseada del mundo, un ícono cuya belleza parecía inalcanzable. Marilyn Monroe, con su cabello dorado como la luz del sol y su risa fácil, capturaba el corazón de todos los que la conocían. Pero nadie sabía del oscuro secreto que ocultaba, una maldición que arrastraba desde sus primeros años de fama. Todo hombre que compartía una noche de pasión con Marilyn caía poco después en desgracia, su vida consumida por una muerte prematura e inexplicable. Se había convertido, sin buscarlo, en una “viuda negra”, atrapada en una trampa mortal que ella misma no podía controlar.
Todo comenzó en los días dorados de Hollywood, cuando Marilyn aún era Norma Jeane, una joven luchando por ser alguien en un mundo de glamour y ambición. Su ascenso fue meteórico, pero pronto se dio cuenta de que su fama tenía un precio. El primero en caer fue el director John Huston, después de una noche inolvidable en 1951, durante la filmación de The Asphalt Jungle. Huston, un hombre acostumbrado a los excesos, falleció inesperadamente de un ataque al corazón poco después de su encuentro con ella. Nadie sospechó nada entonces, pero para Marilyn, el dolor y la culpa fueron insoportables.
A lo largo de los años, Marilyn trató de convencerse de que la muerte de Huston fue una coincidencia. Pero a medida que su carrera avanzaba, los hombres que se acercaban a ella comenzaban a sufrir destinos similares. Joe DiMaggio, la leyenda del béisbol y su primer esposo, fue otra víctima de su fatídico encanto. Aunque se separaron rápidamente, su vínculo nunca se rompió. Una noche, tras un intento de reconciliación en secreto, DiMaggio enfermó misteriosamente y fue hospitalizado poco después. Marilyn, desesperada, no entendía lo que ocurría, pero comenzaba a sospechar que ella misma era la fuente del mal que asolaba a los hombres que amaba.
La desesperación de Marilyn aumentaba con cada hombre que caía bajo su hechizo. Arthur Miller, el famoso dramaturgo y su segundo esposo, fue otro caso. Mientras trabajaba en su obra After the Fall, inspirada en su relación con Marilyn, Miller empezó a mostrar signos de fatiga y estrés, mucho más allá de lo habitual. Una noche, después de una intensa discusión seguida de una reconciliación apasionada, Miller sufrió un colapso nervioso. Aunque no murió, nunca volvió a ser el mismo. Marilyn estaba convencida de que la maldición seguía su curso.
Fue durante su relación con John F. Kennedy cuando la maldición de Marilyn comenzó a cobrar más fuerza. La conexión entre ellos era eléctrica; el presidente de los Estados Unidos y la actriz más famosa del mundo formaban una pareja de fantasía que encendía la imaginación de todo el país. Pero Marilyn sabía que algo oscuro estaba al acecho. Intentó resistirse a su atracción por Kennedy, consciente de lo que podría suceder, pero el destino fue más fuerte que su voluntad.
Su encuentro secreto en una habitación de hotel de Nueva York marcó el principio del fin. A pesar de los rumores y los escándalos que rodeaban su relación, ambos cedieron a la pasión que los consumía. Marilyn, temerosa pero incapaz de detenerse, compartió esa fatídica noche con el presidente. Días después, Kennedy comenzó a mostrar signos de fatiga, y poco después fue asesinado en Dallas. Marilyn se sintió devastada, sabiendo que su cercanía había sellado el destino del hombre más poderoso del mundo.
El impacto fue abrumador. La muerte de Kennedy desató una tormenta política y emocional en todo el mundo, pero para Marilyn, la tragedia era mucho más personal. No podía evitar sentir que había sido responsable, aunque nadie más lo supiera. Era como si la muerte siguiera cada uno de sus pasos, acechando a los hombres que osaban amarla.
A pesar de su creciente temor de estar maldita, Marilyn continuó buscando consuelo en los brazos de hombres poderosos, buscando amor y protección, aunque sabía que sus relaciones estaban condenadas. Fue entonces cuando conoció a Frank Sinatra, la legendaria voz del siglo. Sinatra, un hombre carismático y encantador, había sido amigo de Marilyn durante años, pero nunca se habían involucrado románticamente. Sin embargo, tras la muerte de Kennedy, se acercaron más que nunca.
Sinatra, consciente de las tragedias en la vida de Marilyn, la veía como alguien frágil, una estrella que necesitaba ser protegida del cruel mundo que la rodeaba. Empezaron a pasar más tiempo juntos, y aunque Marilyn estaba decidida a no involucrarse íntimamente, la conexión emocional entre ambos se volvió cada vez más fuerte. Sinatra, famoso por su estilo despreocupado, la convenció de que podían desafiar el destino, que el amor podría ser más fuerte que cualquier maldición.
Pero Marilyn sabía la verdad. A pesar de su deseo de estar con Frank, temía profundamente lo que ocurriría si cedía. No podía permitirse perder a otro hombre, y menos a alguien tan querido. Decidida a protegerlo, Marilyn se rehusó a cruzar esa última línea, aunque su corazón se rompía por dentro. Sinatra, confundido por su rechazo, intentó comprenderla, pero la frustración y la tensión crecieron entre ellos. Marilyn lo amaba, pero no podía permitirse amarlo de la manera en que él quería.
Finalmente, Marilyn se dio cuenta de que no podía seguir viviendo con ese peso sobre sus hombros. El dolor de haber perdido a tantos hombres la había dejado vacía, rota por dentro. Intentó alejarse del mundo del cine, de los romances, de cualquier cosa que pudiera poner a alguien en peligro. La presión de Hollywood, de los estudios, y de los medios era incesante, pero Marilyn se aisló, tratando de escapar de su propia sombra.
Sin embargo, el destino no había terminado con ella. Un último hombre entró en su vida, un actor emergente, joven y lleno de vida: Marlon Brando. Su atractivo y energía natural cautivaron a Marilyn desde el primer momento en que se conocieron en una fiesta en 1962. Brando no era como los otros; era rebelde, despreocupado y parecía inmune al glamour superficial de Hollywood. Para Marilyn, él representaba una posibilidad de redención, alguien con quien quizás podría escapar de la maldición.
Pero cuando Brando, con su típico descaro, intentó seducirla, Marilyn se resistió con todas sus fuerzas. Por primera vez en su vida, se encontraba verdaderamente enamorada, pero sabía que ceder significaría el final para él. Brando, confundido y frustrado por su rechazo, la confrontó, pero Marilyn no pudo explicarle la verdad sin parecer loca. Solo podía mantenerlo a salvo alejándolo de ella.
La vida de Marilyn Monroe se convirtió en una lucha constante entre su deseo de amor y su temor a la muerte que acechaba a quienes se acercaban demasiado. Con el tiempo, se alejó completamente del mundo del cine y de los hombres que la habían perseguido. Vivía en una constante agonía, sabiendo que jamás podría tener una relación verdadera sin poner en peligro la vida de su amante.
Sin embargo, el mundo exterior no dejó de acosarla. Los rumores sobre su relación con Kennedy, DiMaggio y Sinatra continuaban persiguiéndola, alimentando la prensa sensacionalista. Marilyn se convirtió en una figura cada vez más enigmática, una mujer atrapada entre la fama y el miedo.
En 1963, poco antes de su muerte, Marilyn escribió en su diario sobre su profundo amor por Brando, el hombre al que nunca pudo tener. Sabía que jamás podría estar con él sin destruirlo, y en su tristeza final, comprendió que su vida siempre había estado marcada por la maldición de su belleza.
Cuando encontraron su cuerpo en su casa de Brentwood, los titulares hablaban de una sobredosis accidental. Pero aquellos que la conocían bien sabían que Marilyn había muerto mucho antes de que sus ojos se cerraran para siempre, víctima de una maldición que ni el amor ni la fama pudieron romper.