Muchos años después de las presentaciones del debut, la del caos en el Teatro de Viña del Mar donde todos los presentes querían tocar o la del Pedagógico, donde estrenaron galantes el nombre en inglés o las remoliendas envenenadas levantadas en el subterráneo de la Facultad de Arquitectura; con cientos de fines de semana sobre el cuerpo, miles de litros de gomina pegada a los cabellos de las cabezas y kilos de pasta negra sobre los zapatos aún más negros, el Gato y Eduardo tuvieron una conversación, se tomó una decisión que lo cambiaría todo.
Era la hora de hacer canciones. Pero no cualquier canción, Gato no sólo quería: necesitaba crear para poder cantar.
Eduardo recuerda que “el interés por la canción misma la del gato, porque se pone cantar y a gritar. Yo nunca canté porque no tuve esa costumbre, pero si escribí siempre, pero lo que yo escribía no estaba haciendo importante para el grupo, no para nada, pero sin embargo, después si. Con el correr de los años”.
Eduardo cita su gran obra, “La Conquistada” una muestra de cómo sus letras si podían convertirse en buenas canciones para el grupo. Pero cantar, eso no, eso lo hacía el Gato todo el tiempo.
RICHARD SANDOVAL // LOS OJOS DEL GATO // DEBATE